lunes 3 de febrero de 2014

Detrás de PISA*

Buceando en el primer análisis de los cuatro tomos de datos de las pruebas PISA 2012 encontramos claves para pensar la educación argentina.

Los resultados de calidad son la punta del iceberg. La Argentina mantuvo sus resultados entre 2000 y 2012 en matemáticas, bajó en lengua y subió en ciencias. Quien diga que el aumento del financiamiento educativo no mejoró la calidad tiene pobres argumentos científicos o intereses políticos. Una correlación de ese estilo es una abrumadora simplificación. Quizás la calidad hubiese empeorado si no hubiese habido mejoras en la inversión educativa, quizás lo que explica la baja calidad de los aprendizajes va mucho más allá de cuánto y cómo se invirtió en educación.

Pasaron muchas cosas en paralelo además del aumento de la inversión educativa. Es hora de diagnósticos rigurosos. Hay que evitar a toda costa las manipulaciones y simplificaciones de los datos.

Solo para abrir ese análisis vale mencionar dos datos sueltos en esos cuatro tomos. La Argentina es el país donde los alumnos manifiestan menos felicidad de ir a la escuela entre los 8 latinoamericanos participantes. Los docentes indican que el clima de las aulas es el más crítico de los 65 países participantes en PISA. Quizás sea una percepción docente que muestra su distancia con las culturas juveniles, un estado social quebrado que se expresa en el desorden de las aulas, o una mezcla de ambas.

Escuelas que no generan deseo de ir y aulas que no se ordenan para el trabajo pedagógico son el verdadero problema. Los resultados son una consecuencia. Todo cambiará cuando logremos recuperar el deseo de aprender y enseñar.

Solo si vemos lo que ocurrió en la sociedad en distintas capas desde 1975 hasta el presente podemos comenzar a entender a lo que los docentes viven en las aulas. Fue un desmantelamiento económico, del empleo y del Estado que se acumuló hasta estallar en 2001. La recuperación de la última década no reconstruyó los lazos sociales. El delito, las adicciones, la violencia, la extrema desigualdad y la dispersión de pantallas es lo que desborda la vida de nuestra infancia y adolescencia. Este es el iceberg detrás de PISA. Este es el gran desafío del país: crear condiciones para una mayor justicia social.

La educación no queda fuera. Tenemos grandes docentes y escuelas. Dejan su vida en el territorio. Pero nuestras pedagogías están quietas y son injustas con los más débiles. Es hora de transformaciones profundas en la enseñanza. PISA nos habla a todos. Es tiempo de juntarse en cada escuela a debatir cómo enseñamos, cómo creamos un clima donde aprender sea apasionante. Es hora de desafiar las inercias. La verdadera evaluación vendrá de las escuelas, cuando se reúnan en febrero cada una de ellas a reinventar el desafío de educar.

Solo un efecto de tenazas cambiará la educación: desafiando los poderes que se nutren de las desigualdades sociales y desafiando las pedagogías débiles que no hacen de las escuelas lugares fascinantes donde ir cada día.

 

*Axel Rivas, investigador principal de CIPPEC. Publicada en Clarín, el 07/12/2013

 

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